SI TIENES UNA MADRE TODAVÍA
Si tienes una madre todavía,
da gracias al Señor que te ama tanto,
que no todo mortal contar podría,
dicha tan grande ni placer tan santo.
Si tienes una madre... sé tan bueno
que ha de cuidar tu amor su paz sabrosa,
pues la que un día te llevó en su seno
siguió sufriendo y se creyó dichosa.
Veló de noche y trabajó de día,
leves las horas en su afán pasaban,
un cantar de sus labios te dormía,
y al despertar sus labios te besaban.
Enfermo y triste, te salvó su anhelo
que sólo el llanto por su bien querido
milagros supo arrebatar al cielo,
cuando ya el mundo te creyó perdido.
Ella puso en tu boca la dulzura
de la oración primera balbucida
y plegando tus manos en ternura,
te enseñaba la ciencia de la vida.
Si acaso sigues por la senda aquella
que va segura a tu feliz destino,
herencia santa de la madre es ella,
tu madre sola te enseñó el camino.
Mas si al cielo se fue...y en tus amores
ya no la harás feliz sobre la tierra,
deposita el recuerdo de tus flores
sobre la fría loza que la encierra.
Es tan santa la tumba de una madre,
que no hay al corazón lugar mas santo,
cuando espina cruel tu alma taladre,
¡ve a derramar, allí, tu triste llanto!
HEINRICH NEUMAN
NO LLORES MADRE MIA
Yo te ruego ante ti, caida de hinojos
que no llores por mi, mi amor, mi dulce encanto,
no a cenizas reduzcan los despojos
del corazón que laceró el quebranto.
Pierdan más bien su luz mis pobres ojos,
si han de ver en los tuyos triste llanto;
lluevan sobre mi pecho mil enojos,
con ellos penaré, pero no tanto.
Acaba mi existencia carcomida
la mandó un dolor tenaz y fuerte,
o el martirio más cruel, madre querida.
Más feliz, sin llorar, pueda tenerte,
que el morir, sin tu pena, fuera vida,
y el vivir con tus lágrimas es muerte.
ELISA EGUEZ
A MI MADRE
¡Oh, cuan lejos estan aquellos días
en que cantando alegre y placentera,
jugando con mi negra cabellera,
en tu blando regazo me dormias!
Con qué grato embeleso recojías
la balbuciente frase pasajera
que, por ser de mis labios la primera,
¡con maternal orgullo repetias!
Hoy que de la vejez en el quebranto,
mi barba se desata en blanco armiño,
y contemplo la vida sin encanto,
al recordar tu celestial cariño,
de mis casados ojos brota el llanto,
porque, pensando en ti, me siento niño.
VICENTE RIVA PALACIO
MADRE, TU ME BESAS
Madre, madre, tu me besas,
pero yo te beso más.
Como el agua en los cristales,
caen mis besos en tu faz...
Te he besado tanto, tanto
que de mí cubierta estás
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar...
Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear:
Cuando tú, a tu hij escondes
no se le oye el respirar...
Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y que lindo niño veo
a tus ojos asomar...
El estanque copia todo
lo que tú mirando estás;
pero tú en los ojos copias
a tu niño y nada más.
Los ojitos que me diste
yo los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar...
GABRIELA MISTRAL
LAS MANOS DE MI MADRE
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.
Ellas son las celestes, las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción:
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!
ALFREDO ESPINO
EN EL BARCO
(A Mi Madre)
¡Ya voy a echarme a la mar!
Abordo el buque mambí
con el ansia de alcanzar
bien las costas de Pinar
o la punta de Maisí.
Me dejo prendas hermosas
atrás, de inmensa cuantía...
Suponed si son preciosas
cuando en medio de esas cosas
me dejo la madre mía.
Pero allá tengo también,
y voy a encontrar ilesos,
laureles para mi sien,
hombres para Borinquen
y de mi hermano los huesos.
No me brinde en copa de oro
la juventud su tesoro
ni el paria su infausta suerte,
que yo me voy a la muerte,
prometido a quien adore.
¡Con cuanta satisfacción,
bajo el cubano pendón,
se saciara mi deseo
combatiendo en la legión
de Gómez y de Maceo!
¡O con qué delicia extrema,
con la estrella del mambí
como fulgida diadema,
caerá, luciendo el emblema
de la tierra de Martí!
Al mirarme luchador,
madre, sentirás dolor,
pues cambia tu mozalbete
por el pomo del machete
su corona de cantor.
mas si yo te tengo a ti
como a mi madre y mi Dios,
tengo otra Madre, ¡ay de mi!:
--la Patria en que yo nací--
madre ingrata de los dos.
Ya verás, noble señora,
tras de una espléndida aurora,
surgir de pronto a la vida
una gente redentora
y una tierra redimida.
Y has de ver, ¡dicha sin tasa!
al fin de la ardua pelea
que nuestros campos abrasa,
que es más santa nuestra casa
y mas linda nuestra aldea.
¡Ya voy a echarme a la mar!
abordo un buque mambí
con el ansia de alcanzar
lo que en un sagrado altar
me juro José Martí.
FRANCISCO GONZALO MARIN
(Cubano, 1863-??)
NANA A LA MADRECITA DEL ALMA MIA
Duérmete madrecita del alma mía,
y que el Dios de los cielos
te me bendiga.
Duérmete con el sueño de los rosales
que amanecen con rosas y no lo saben.
Madrecita del alma, tú me dormías
cuando yo apenas era grano de vida.
Ahora que ya soy yo grande, te canto nanas
por que sueñes de nuevo con duendes y hadas.
¡Mi madrecita...!
Y que el Dios de los cielos
te me bendiga...
CARMEN ALICIA CADILLA
(Portoriqueña)
A MI MADRE
(Tango)
Ven lira bella y gloriosa,
no me niegues tu armonía:
dame con tu melodía
una inspiración grandiosa.
Tú que siempre bondadosa
fuiste con todo cantar,
no le niegues un favor
a un alma abatida y triste:
tengo madre y como existe
cantarle quiero mi amor.
Deja que a tu bello son
vaya mi lamento unido
y que así llegue a su oído
de mi madre esta cancion;
en ella va la expresión
de mi profundo cariño
y aunque van en mal aliño
todas las frases que enlazo,
a ella le diran de paso
cuánto la ame desde niño.
¡Pobre madre! yo tal vez
culpable soy en la vida
de ese dolor sin medida
que sientes en la vejez,
y tú en cambio en mi niñez
me diste vida y calor,
me besaste con amor
en la flor de mi existencia
y yo con indiferencia
sólo te he dado dolor.
Tú en tu seno me llevaste
y, cuando vine a la vida,
hermosa madre querida,
de caricias me llenaste.
Amorosa me besaste
en aquella edad temprana
para contemplar mañana,
lena de pena y tristeza,
sobre tu hermosa cabeza
por mí la primera cana.
Perdóname madre mía,
no maldigas mi existencia,
dale de tu amor la escencia
a un alma triste y sombria.
No me niegues tu armonía
que te pido en mi dolor,
el mundo con su rigor
me ha dado tanta amargura
que sólo yo en tu ternura
Espero encontrar amor.
Cesa, cesa de vibrar
Lira bella y armoniosa,
mi voz triste y quejumbrosa
se empieza a debilitar.
Cesa, si no, he de regar
con mi llanto tu encordado.
Bondadosa me has prestado
en el mundo un gran favor
para cantarle mi amor:
a aquella que el ser me ha dado.
Letra de ANDES CEPEDA
Música de CARLOS GARDEL
A MI MADRE
que me llama a Cuba con motivo de la Amnistía
dada por la Reina de España en abril de 1854.)
I
"Ven otra vez a mis brazos..."
me dices con tierno anhelo:
"dale a mi alma este consuelo,
¡que la tengo hecha pedazos!
Muévante las ansias mías,
mi gemir y mi llorar,
y consuelo venme a dar,
hijo, en mis últimos días;
porque es terrible aflicción
pensar que en mi hora postrera
no pueda verte siquiera
y echarte mi bendición!"
--¡Ay triste! y con qué agonía,
y con qué dolor tan hondo,
a tu súplica respondo
¡que no puedo, madre mía!
Que no puedo, que no quiero,
porque, entre deber y amor,
me enseñaste que el honor
ha de ser siempre primero;
y yo sé que mal cayera
tu bendición sobre mí
si al decirte "Véme aquí"
sin honor te lo dijera.
II
Pisar mi cubano suelo,
y oír susurrar sus brisas
que son ecos de las risas
de los ángeles del cielo;
al redor de la ciudad
ver los grupos de palmares
cual falanges militares
de la patria Libertad,
ver desde la loma el río,
sierpe de plata en el valle,
y entrar por la alegre calle
donde estaba el hogar mío;
pasar el umbral, y luego...
no encuentro frase que cuadre...
echarme en tus brazos, madre,
¡loco de placer y ciego!
Volver a tus brazos... ¡ay!
para pintar gozo tanto
¡ni pincel, ni arpa, ni canto,
ni nada pienso que hay!
Porque hasta en mis sueños siento
tan inmenso ese placer
que al fin me llega a poner
el corazón en tormento;
y si expresármelo a ti
fuerza fuera, madre mía,
solamente Dios podría
decir lo que pasa en mí.
III
Pero, ¡ay madre! que apenas
oiga tu voz que bendice,
oiré otra voz que maldice
¡la voz de Cuba en cadenas!
Dolorosa voz de trueno
que gritará sin cesar:
"¡Cobarde, ven a brindar
con la sangre de mi seno!"
Y al ir a estrechar la mano
del hombre que en otro día
me respetaba y oía
como patriota y hermano,
sentiré aquel tacto frío
de la suya, que me dice
que su corazón maldice
la debilidad del mío;
y cualquier dedo, el más vil,
contra mi alzarse podrá
y con razón me dirá:
"¡Bienvenido a tu redil!"
Al verme en vergüenza tanta,
pobre apóstata cubano,
querrá el soberbio tirano
que vaya a besar su planta;
y ¿qué le responderé
cuando insolente me llame?
Menester será que exclame
"¡Pequé, mi señor, pequé!"
Y dirá el vulgo grosero,
con carcajada insultante,
al pasar yo por delante:
"¡Ahí va un ex-filibustero!"
Y habré de bajar la frente
sin poderle replicar,
porque tendré que tragar
su sarcasmo humildemente.
Esto no lo quieres, no:
lo sé bien, no lo querrías,
y tú misma me odiarías
a ser tan menguado yo.
Mas pronto lucirá el sol
de mi Cuba, independiente,
hundiéndose oscuramente
el despotismo español;
y apenas raye ese día
con amor y honor iré;
y "¡Aquí estoy ya!", te diré;
¡'Bendíceme, madre mía!"
MIGUEL T. TOLON
(New York, 1851)
MAMÁ
Mamá, mamá... mamá...
Palabra pequeña, sagrada
y primera, que un día
pronuncié, al estar llamando
al Ser bondadoso
que en mí vertía
amores dulcísimos,
cuidados y bien.
Mamá... pequeña palabra,
Mamá... sagrada y primera,
Mamá... mamá, mamá...
Desde aquella vez,
cuando yo tenía boquita de néctar,
aprendí soñando a decir Mamá,
no se me ha olvidado
ahora en mi brusca
manera de ser,
lección tan dorada,
pues tiene sabor de leche, de miel:
Mamá, mamá, mamá,
¡Vozuela de Amor!
De amor divinal.
Mamá dulce y buena,
florecita llana
gardenia sencilla
de prados espléndidos,
de olorosas veredas
a aromas maternos.
Santita Mamá, impregne
de besos a su hijo
alejado, impregne
de besos tan lejano cuerpo.
Impregne alegrías
¡Bendiciones suyas!
Al hijo que llevan los aires allá.
Mamá, mamá. mamá,
¡qué expresión tan pura!
Palabra hecha trino
en labios de hijo
por Voz de mamá.
Mamá: milagro de virgen,
transparente hablar,
esencia de Almas,
seráfico hablar,
llamita de amores
y voz de cristal.
En el dulce arrullo
y en la tempestad;
en la clara charla
y en la adversidad;
en la limpia mesa
y en soleado erial:
Mamá, mamá, mamá...
La misma, la misma
La misma, la misma Mamá
en su fiel caricia,
en su quintaesencia de albo soñar,
mamá... la misma, la misma Mamá.
Es mi devoción amar a Mamá,
pues se lo merece
ya que ella me ha dado
el Don milagroso de vida tener,
y de respirar en mañana hermosa,
y de saborear el sumo bendito de fruta de Dios,
y de estrechar en lazos filiales
a la Existencia que usted me legó.
Mamá... Mamá... Mamá...
Impregnación de lealtades,
locución de abnegaciones:
Mamá... -¡MAMÁ!- ... Mamá.
Como Dios la hizo bonita,
bonita y graciosa,
usted es la imagen
de tiernos actuares
por su limpiedad y gran Corazón.
Este Día es corto mas la vida dura
El tiempo termina y Mamá se alarga,
en consejos bellos, Acentos de vida
que son para su hijo destellos del cielo
que caen como lluvia para Bendición.
Mamá de Manitas en forma de Alma,
cuando en mí pusiste tu caricia buena
como encantado quedé convertido en árbol sin sed.
EFRAÍN GUTIÉRREZ DE LA ISLA
EL CONSEJO MATERNAL
- Ven para acá,- me dijo dulcemente
mi madre cierto día;
(aún parece que escucho en el ambiente
de su voz la celeste melodía)
- Ven, y dime qué causas tan extrañas
te arrancan esa lágrima, hijo mío,
que cuelga de tus trémulas pestañas,
como gota cuajada de rocío.
-Tú tienes una pena y me la ocultas
¿No sabes que la madre más sencilla
sabe leer en el alma de sus hijos
como tú en la cartilla?
- Quieres que adivine lo que sientes?
Ven para acá, pilluelo,
que con un par de besos en la frente
disiparé las nubes de tu cielo.
Yo prorrumpí a llorar. Nada le dije;
la causa de mis lágrimas ignoro,
pero de vez en cuando se me oprime
el corazón, y lloro.
Ella inclinó la frente, pensativa,
se turbó su pupila,
y, enjugando sus ojos y los míos,
me dijo más tranquila:
-- Llama siempre a tu madre cuando sufras,
que vendrá, muerta o viva;
si está en el mundo, a compartir tus penas,
y si no, a consolarte desde arriba...
Y lo hago así cuando la suerte ruda,
como hoy, perturba de mi hogar la calma:
¡Invoco el nombre de mi madre amada,
y, entonces, siento que se ensancha el alma!
OLEGARIO V. ANDRADE