OLIVERIO GIRONDO
 
 
  Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se  confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan se estremecen, 
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan, 
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se  derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se  rehuyen, se evaden, y se entregan.
 
 
 
 

No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como 
magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. 
Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un 
aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente 
capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una 
exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! - y en esto soy irreductible – 
no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben 
volar ¡pierden el tiempo las que pretenden seducirme!
Esta fue - y no otra – la razón de que me enamorase tan locamente, de 
María Luisa.
¿Que me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? 
¿Que me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de 
pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor 
a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando 
realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con que impaciencia yo esperaba que volviese, volando de algún paseo 
por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito 
rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos, ya me 
abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier 
parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos 
aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una
nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el 
aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Que delicia la de tener una mujer tan ligera... aunque nos haga  ver, 
de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los 
días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase
de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia 
sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las
nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer 
pedestre, y por más empeño que ponga en conseguirlo, no me es posible
ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando

                       
 

Tendido, 
entre lo blanco, 
la vi. 
Se aproximaba. 
Las pupilas baldías, 
el cuerpo inhabitado, 
sin cabellos, 
sin labios, 
inasible, 
vacía; 
junto a mí, 
a mi lado... 
!Toda hecha de nada! 

Se sentó. 
Me esperaba? 
La miré. 
Me miraba. 

II 

Ya estaba entre sus brazos 
de soledad, 
y frío, 
acallada las manos, 
las venas detenidas, 
sin un pliegue en los párpados, 
en la frente, 
en las sábanas; 
más allá de la angustia, 
desterrado del aire, 
en la soledad callada, 
en vocación de polvo, 
de humareda, 
de olvido. 

III 

Era yo, 
la voz muerta, 
los dientes de ceniza, 
sin brazos, 
bajo tierra, 
roído por la calma, 
entre turbias corrientes, 
de silencio, 
de barro? 

Era yo, 
por el aire, 
ya lejos de mis huesos, 
la frente despoblada, 
sin memoria, 
ni perros, 
sobre tierras ausentes, 
apartado del tiempo, 
de la luz, 
de la sombra; 
tranquilo, 
transparente?